Escribe: Byron Mural
Había visto a muchachos haciendo malabares en los semáforos de Jalapa para ganarse unas cuantas monedas, el viernes, iba a mi trabajo y vi a un niño quizá de unos ocho años hacer piruetas con dos pequeños limones, apresurado los tiraba hacia el cielo y los recogía en sus pequeñas manos, simplemente los aventaba hacia arriba y los recogía afanado. Luego corrió a los autos para ver si alguien podía darle un quetzal, cuando avancé me percaté que una mujer, que asumo era su mamá, con un recién nacido envuelto en un rebozo y atado al cuello, lo observaba, fijamente esperando a que el niño se le acercara para darle lo ganado por las piruetas echas frente a su selecto público.
A veces cuesta entender como hay personas que traen niños al mundo sin tener un futuro digno listo para ellos, como es posible que den a luz a diestra y siniestra sin ponerse a pensar si en realidad tienen la capacidad para alimentarlos, criarlos y educarlos. Cuando hago una retrospectiva de mi vida, me doy cuenta lo afortunado que fui al poder tener acceso a la alimentación, educación y una infancia relativamente feliz, lo afortunado que soy de tener una familia que desde niño cuidó de mí y aun hoy en día lo siguen haciendo.
Cuando estos niños salen a la calle a vender verduras, frutas, dulces, hacer malabares en semáforos y todo tipo de trabajo me pregunto, ¿Dónde realmente están las autoridades? ¿Por qué permiten la explotación infantil a plena luz del día? Esta ciudad, -en realidad es un pueblo- no es tan grande como para que la policía diga que no puede controlarla. Los niños deben y tienen el derecho de estudiar, de alimentarse bien y no ser usados para causar lastima y así ganarse unos quetzales, pero la situación no cambiará lanzando disparos desde una trinchera como ésta, cambiará cuando se concientice a los padres que planificar la familia es indispensable, si no puede criar a sus hijos no lo haga, hay miles de métodos para no quedar embarazada, no se trata de ser célibes, se trata de ser coherentes.